miércoles, 7 de enero de 2009

Una damnificada damnificadora

Querido Alergia:

Ante todo, debo felicitarte por el blog, es de lo mejor que he encontrado en la red:) Hay muchas historias divertidas y curiosas, y puede que la mía te guste, ya que es más de lo mismo pero desde otro punto de vista. Entre otras cosas, porque fué mi novio el que me propuso que empezara a bailar. Vamos, que pese a estar bastante enganchada al tema, entiendo bastante bien por que montaste el blog.

Tras haber tenido constancia de las innumerables ocasiones en las que, a causa de vuestra indudable devoción por nosotras, habéis sufrido el tedio y experimentado el abandono, he aquí el relato ¡oh efendis!, de como yo pasé de ser danmificada a damnificadora:

Sucedió en la primavera de hace 4 años que yo, inocente por aquel entonces, comencé una hermosa relación con mi actual novio. Es curioso el paralelismo. Al principio, yo tenía constancia de una simple afición del tipo: ¡Cariño, me voy con los colegas a jugar al fútbol!, sólo que no era fútbol, era KARATE.
Yo en aquel momento pensaba que se trataba sólo de eso, una afición, y que yo en realidad estaba saliendo con un heavy programador que quería mantenerse en forma. ¡Error!
La primera constancia de lo que me esperaba la tube cuando supe que su hermano y su padre también eran karatekas, pero en ese momento, al igual que muchos de vosotros queridos efendis, no le di la mayor importancia. Fué poco después, durante una conversación casual, cuando me enteré de que lo practicaba desde los 8 años y era 3º Dan (para los no iniciados, eso es más que cinturón negro) ¡Incluso me hizo ilusión! Pensé (con una lógica aplastante, otro curioso paralelismo): Joder que bien, salgo con un crak de las artes marciales, tiene que ser la hostia en la cama. Efectivamente.
En ese momento yo me sentía feliz en mi relación, pero un día aconteció la terrible conversación:
El: ¡Hola bicho, tengo una sorpresa!
Yo: ¿Y qué es? (esperaba algo en plan: tengo entradas para los Kiss en preferente, a juzgar por su expresión)
El: ¡Pues que mi padre ha vendido el chalé, ha comprado un local en el centro y vamos a contruir nuestro propio dojo de artes marciales!

En un principio yo compartí su alegría, hasta que comenzó lo bueno: Su precioso horario de 8h perfectamente compatible con el mío pasó a ser un fascinante compendio de tiempo que variaba (y varía) de las 10 a las 14h, absolutamente incompatible; Desde que comezó a dar clases, ha tenido que viajar como mínimo un fin de semana al mes para algún cursillo chorriástico de la federación; Acababa tan cansado que tenía que irse a dormir directamente, es decir: no podíamos salir por las noches o se iba y me quedaba yo con los colegas... siempre que esos colegas no fueran sus alumnos,claro¬¬.

En fin efendis, aquí llega el final de la historia, con su moraleja y todo. Un día de esos en los que yo no conseguía quedar con ningún amigo para tomar un mísero café y estaba recluida y asqueada en casa, el me llamó.
El: ¿Bicho, estás aburrida?
Yo: Nooooo ¡Qué dices, estoy a punto de conseguir desacreditar la teoría de la Relatividad! (¿se capta bien el sarcasmo?)
El: Jeje, bueno, esque he hablado con una chica y va a venir a dar clases de danza del vientre por las tardes ¿Te apunto? (chan, chan, chaaaaaaaaaaan...¡Perdón! dum, dum, taaaaaaaaaaaaaaaaaak...)
Y el resto, como se dice, es historia.

He pensado largo y tendido en lo que este momento supuso, en el antes y el después. Esto fué hace poco más de un año, y sin embargo, son tantas las monedillas que se les han caído a mis pañuelos (plural), tan enorme el ridículo que he sentido al ver los vídeos de mis pocas actuaciones y tantas las compañeras de clase con las que casi me lio a guantás...
Sólo cabe pensar que existe un cierto equilibrio cósmico (algunos lo llaman karma, otros Monstruo Espagueti Volador), pues todo quedó entonces en una extraña armonía. Y os preguntareis, oh efendis, por la moraleja de esta historia. Según lo veo yo, toda relación exige algún sacrificio, y si la recompensa (como es el caso) puede mejorar tu vida sexual...tampoco está tan mal.